Era la cuarta vez que Nara se refrescaba la cara esa mañana. «¡Maldito sake!», pensó mirando a los ojos enrojecidos que le observaban desde el otro lado del espejo. Su pelo todavía estaba impregnado del olor a tabaco que cinco horas atrás le resultaba tan agradable. Tendría que haberse marchado mucho antes de aquel izakaya, pero era de esa clase de personas que no sabe rechazar un penúltimo trago. Además, libraba al día siguiente, ¿cómo iba a saber que a horas intempestivas recibiría aquella llamada? Su compañera había tenido un imprevisto y se había cobrado uno de los muchos favores que le debía. No podía decir que no. Leer más.
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